La preparación de los materiales para la “Universidad de padres” on line que he puesto en marcha (www.universidaddepadres.es) , me obliga a repasar la literatura pedagógica más actual. Lo que la Universidad pretende es que los padres sepan como ayudar a sus hijos para que adquieran los “recursos” fundamentales para la vida: intelectuales, afectivos y éticos. Se trata, en primer lugar, de identificar esos recursos, de conocer cuándo deben adquirirse y de qué manera puede favorecerse su adquisición. Desde Piaget, la evolución cognitiva del niño está muy bien estudiada, pero no así la evolución de los estilos emocionales, que van a facilitar u obstaculizar su desarrollo, su vida y su convivencia. Ni siquiera sabemos cuáles son los que deberían fomentarse. En algunos casos, el consenso es total. Todo el mundo está de acuerdo en que el miedo, la agresividad, el pesimismo, la indolencia, la impulsividad son malos hábitos. Pero en otros casos, no se da esa unanimidad. Así sucede, por ejemplo, con la “autoestima”. Se la suele considerar la condición de posibilidad de cualquier comportamiento adecuado. Aparece también como una excusa generalizada. “Es que no tiene autoestima”, es una afirmación que justifica cualquier cosa. Sin embargo, autores tan prestigiosos como William Damon o Martin Seligman advierten que la insistencia en la autoestima con independencia de los comportamientos, puede favorecer el narcisismo y la irresponsabilidad. Damon pone un ejemplo: “Los adolescentes que llevan a cabo los comportamientos antisociales más graves suelen dar en los tests una medida muy alta de autoestima”.
El modelo que diseño para la Universidad de Padres prefiere insistir en dos aspectos menos equívocos que la “autoestima”. El primero es la “seguridad básica”, que el niño adquiere, fundamentalmente, en el entorno familiar durante los primeros años. El segundo es la “confianza en sí mismo”, que el niño y el adolescente deben adquirir mediante la acción. Se funda, sobre todo, en la experiencia del propio progreso. Por eso me parece tan importante que los docentes nos empeñemos en conseguir que todos nuestros alumnos –los buenos y los desastrosos- experimenten en algún momento ese sentimiento redentor. Es algo que la mítica escuela finlandesa cuida extraordinariamente. Debemos, pues, considerar como una tarea didáctica fundamental diseñar procedimientos para conseguirlo. Sentirse capaz de progresar es la verdadera, eficaz y no tramposa “autoestima”. Y eso no debemos aplicarlo sólo a nuestros alumnos, sino a nosotros mismos. Todos necesitamos sentir que no estamos estancados, que progresamos en algo. Y una de las grandes trabas de la profesión de docente es que no nos preocupamos lo suficiente de propagar esa experiencia.
José Antonio Marina
Artículo para el número de noviembre de la revista ESCUELA
22 de octubre de 2008
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